miércoles, 30 de enero de 2013

Sobre San Blas en Torrejoncillo

San Blas fue nombrado patrón de Torrejoncillo en 1594. Parece ser que allá por 1594, según testimonio de un documento guardado en el archivo del ayuntamiento de nuestro pueblo, y debido a una enfermedad que producía unas secas a los niños que los ahogaba y morían en pocos días, se eligió a San Blas como abogado intercesor delante de la Divina Providencia, guardando su día como día de fiesta de precepto. Ya existía anteriormente una Cofradía Soldadesca y Endiablada, cuyos mayordomos, capitán, alférez y sargentos de la soldadesca, así como el Diablo Mayor, eran elegidos todos los años en las Salas Capitulares del Concejo el día 3 de febrero de cada año en presencia del cura propio y los Alcaldes ordinarios de los estados, Noble y General. La fiesta de la soldadesca-endiablada, duraba desde las vísperas, hasta el fin de su propio día. En 1746 se ordenaba que solamente saliera un soldado de cada casa. El día 4 de febrero de cada año, después de celebrada la misa en el altar de San Blas, se hacia entrega por los Oficiales antiguos a los nuevos, en la puerta  del Sol de nuestra iglesia antigua, de las insignias correspondientes, bastones, alabardas, tambores, etc. 
En enero de 1764, y por carta del Presidente de Castilla, mandó cesar esta endiablada , cofirmando este mandato el Obispo de Cuenca (D. Isidro de Carvajal y Lancaster) . No parece que cesó la soldadesca pues seguían costeando la fiesta los mayordomos voluntarios. 
También se debió conservar la Tarasca. La Tarasca, tan vinculada a las fiestas del Corpus, en Torrejoncillo del Rey salía el día de San Blas. Era una especia de toro hueco de madera, en donde se metía un hombre que la llevaba por todas las calles del pueblo. Se cubría el cuerpo del animal con un paño negro que tapaba todo el interior. La cabeza tenía un gran agujero en el lugar de la boca y unas herraduras hacían de dientes. Unas cuerdas ponían en comunicación la boca del animal y cuando el hombre que iba dentro tiraba de la cuerda, se abría la boca y se cerraba con estrépito espantoso al entrecochar los dientes de herradura (dar una tarascá es dar una mordedura).

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